«El Bautismo es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida del Espíritu, la puerta para entrar en los otros sacramentos.»
El bautismo es el sacramento por el cual el hombre nace a la vida espiritual, mediante la ablución del agua y la invocación de la Santísima Trinidad.
Nominalmente, la palabra bautizar viene de un vocablo griego que significa ‘sumergir’, ‘introducir dentro del agua’; la ‘inmersión’ en el agua simboliza el acto de sepultar al catecúmeno en la muerte de Cristo de donde sale por la resurrección con El (cfr. Rm. 6, 3-4; Col 2, 12) como ‘nueva criatura’ (2 Co. 5, 17; Ga. 6, 15) (Catecismo, n. 1214).
Entre los sacramentos, el Bautismo ocupa el primer lugar porque es el fundamento de toda la vida cristiana, el pórtico de la vida en el espíritu y la puerta que abre el acceso a los otros sacramentos. Por el Bautismo somos liberados del pecado y regenerados como hijos de Dios, llegamos a ser miembros de Cristo y somos incorporados a la Iglesia y hechos partícipes de su misión (Catecismo, n. 1213).
San Pablo lo denomina baño de regeneración y renovación del Espíritu Santo (Tit. 3, 5); San León Magno compara la regeneración del bautismo con el seno virginal de María; Santo Tomás, asemejando la vida espiritual con la vida corporal, ve en el bautismo el nacimiento a la vida sobrenatural.
Es el primero de los sacramentos porque es la puerta que abre el acceso a los demás sacramentos, y sin el no se puede recibir ningún otro.
Los efectos del bautismo son la justificación, la gracia sacramental, la impresión del carácter en el alma, la remisión de las penas y la incorporación a la Iglesia.